El hábito más poderoso (y hay veces el más ruin)

Día 6 del reto de 21 días para hablar sólo de lo que quiero, de lo que me permite ser y atraer amor, sabiduría, plenitud y abundancia.

Hoy conversaba con un amigo acerca de qué tanto es realmente posible el cambio, particularmente cuando hay cosas que aunque sabemos que no nos gustan, que no sabemos cómo cambiarlas, más si son de nosotros mismos; como el mal genio, la terquedad, la envidia, los celos, la culpa, etc.

Creo que en general existe en el mundo una noción básica sobre el significado de los hábitos en la vida de los seres humanos. Sin embargo, creo que hace falta conciencia acerca del poder que tienen los hábitos en nuestras vidas. Me da la sensación que la mayoría de las personas creen que los hábitos son como unas cosas raras que suceden por momentos y de manera involuntaria.

En «Elementos para una buena vida» mencioné a Bob Dunham, uno de mis maestros, quien sostiene que «siempre estamos practicando algo», que somos lo que practicamos. Una idea en la que creo con la más firme convicción. Creo que los hábitos son prácticas plenamente incorporadas, que ni siquiera requerimos pensar, son prácticas automáticas.

Hay veces que nuestros hábitos son prisiones en las que vivimos, que no elegimos. Como preguntaba Viki Morandeira en su blog: «¿Cómo puede ser tan paralizante algo que no tiene cadenas, ni cintas para sujetarnos? ¿Cómo puede evitar que demos un solo paso algo que ni siquiera es algo material? ¿Cómo puede retenernos una jaula que no existe?»

Encuentro la respuesta en muchas fuentes, y una que se me viene a la cabeza es el Dr. Joe Dispenza, quien desarrolló la noción de «el hábito de ser tú mismo», como el condicionamiento más importante de desafiar y quizás la transformación más importante que podemos realizar. Qué cosa puede ser más transformadora que cambiar la forma de ser que tenemos si ésta no está alineada con nuestros valores y deseos más nobles?

Cuál es, quizás, el hábito más arraigado en nosotros, en cada uno de nosotros? Yo creo que es el hábito de pensar como pensamos. Hay acaso algo más intensamente grabado en nosotros que nuestro patrón particular de pensamiento?

Ahora, valga la pena decir que cuando me refiero a pensamiento estoy realmente agrupando sentir y pensar en el mismo concepto. Yo creo, a partir de mi propia experiencia, que tenemos patrones de sentir y de pensar que se repiten de manera automática recurrentemente. Es lo que en inglés se conoce como el «mindset», una mentalidad.

Sólo para darnos una idea, la psicóloga Carol Dweck postuló que existen dos «mentalidades» que permiten pronosticar el éxito o no de una persona (entendiendo el éxito como la capacidad de alcanzar las metas personales): por un lado está la «mentalidad fija» y por el otro lado está la «mentalidad de crecimiento».

La «mentalidad fija» es la creencia de que, de alguna manera, tus capacidades, habilidades, inteligencia, y talentos están escritos sobre piedra, es decir, que naces con ellos y realmente no hay mucho que puedas hacer para cambiarlos. Una forma en que se manifiesta una «mentalidad fija» es que creas que no tienes suficiente talento o que no eres lo suficientemente inteligente como para lograr tus sueños o tus metas; cuando los demás tienen éxito, tú lo ves como que es una demostración de tu falta de habilidades y por lo tanto es una amenaza; en tu mente las cosas son binarias, o están bien o están mal. Desde ésta «mentalidad» es difícil ver que puedes mejorar o aprender, porque «tu eres así».

La «mentalidad de crecimiento», en cambio, es cuando tienes la creencia de que puedes desarrollar tu cualidades y dones a través de la práctica, el entrenamiento, el aprendizaje, la determinación, la perseverancia y el esfuerzo. En ésta mentalidad los errores se ven como una oportunidad para mejorar, son bienvenidos como parte del proceso de aprendizaje, tienen sentido y propósito.

Es, por lo tanto, muy distinto darle reconocimiento a una persona desde una «mentalidad fija», diciéndole algo como que «eres muy inteligente», vs desde una «mentalidad de crecimiento» donde le reconoces el progreso que ha ido logrando a través del proceso de la práctica. Si éste ejemplo lo ponemos en un niño, es aún más evidente que desarrollará comportamientos muy distintos; en el primer caso es posible que desarrolle una alta dificultad para lidiar con el fracaso [intelectual], mientras que en el segundo es probable que se enfoque en las áreas por desarrollar a través de la práctica o el estudio.

Para mi, hoy en día, cualquiera de las dos mentalidades es una elección que podemos realizar. Si me doy cuenta que estoy cuestionándome mi habilidad para desarrollar un proyecto porque dudo de mis habilidades o talentos, si me preocupa que la gente me vea inferior a ellos, si le tengo miedo a fracasar al tomar un nuevo desafío, si me victimizo y empiezo a dar excusas, a culpar a otros y me pongo a la defensiva (todo lo cual he hecho en algún momento de mi vida), es muy posible que esté viendo con los lentes de una «mentalidad fija». Darme cuenta de esto me puede permitir ponerme en el espacio de la elección, de decidir si quiero verme como insuficiente o si quiero ver la oportunidad que tengo de crecer, de desarrollar y potenciar habilidades que quizás no sabía que tenía, de acceder a recursos que desconocía.

Aprender a distinguir cuáles son mis patrones de sentimiento y pensamiento, las emociones en que recurrentemente entro, los juicios y explicaciones que típicamente doy a lo que me pasa y a lo que me pasa con lo que me pasa, puede ser el primer paso para entrar en el espacio de la elección y entrar en la acción que he llamado de «gestionar mi estado operacional«.

Todo éste reto de los 21 días es una manera de sostener una práctica que cree o refuerce el hábito de hablar sólo de lo que quiero, de lo que me permite ser y atraer amor, sabiduría, plenitud y abundancia.

Qué hábito de pensamiento quieres desarrollar tú?

Categorías Reto de 21 días, Transformación

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